Una muerte siempre deja tras de sí alguna huella, una marca imperecedera a los avatares del tiempo. Esa estela la podemos encontrar en múltiples obras –artísticas, arquitectónicas, científicas- que tienen el poder de cruzar el camino de la finitud del ser humano, para abrazarse con la eternidad. Aquí nos enfocamos en grandes personalidades de la historia que han producido –o contribuido a producir- notables cambios.
También, desde otra perspectiva no menos importante, el surco de una muerte lo conseguimos descubrir en pequeñas pinceladas que, por diversas razones –de difícil explicación toda ellas-, quedan tatuadas en la profundidad del corazón del hombre. La visión desde este ángulo es más micro, parcelada en personas o grupos de ellas que han perdido a alguien muy cercano, que, por distintas afinidades, ha influido de manera decisiva en sus almas.
El reciente fallecimiento de Clarence Clemons -“The Big Man”, saxofonista de la mítica “E” Street Band, que acompaña a Bruce Springsteen desde hace casi cuatro décadas-, lo ubico en esta segunda acepción, atendiendo, de modo especial, a la particular sinergia producida por tal acontecimiento sobre el grupo de fans de todo el mundo, en los que me incluyo.
Desde distintas ópticas autorreferenciales, imbuidas por las experiencias personales ligadas a ese particular sonido, que identificó a este carismático del saxo, dándole sello propio, en el acompañamiento de las canciones más hermosas y profundas -escritas desde la lejana oscuridad de la ciudad-, los fans hemos recreado nuestra propia atmósfera fecunda y feliz, cargada de paz, amor y felicidad.
Fueron sus solos esplendorosos y contrastantes con un mundo donde suele reinar el caos y la falta de esperanza. Fueron sus palpitantes intervenciones en aquellos momentos en que la canción necesitaba de una caricia que la siga animando, para quedar suspendida en un arcoíris infinito. Fue su inquebrantable fortaleza –a pesar de los obstáculos que la vida fue poniendo en su salud- lo que hizo que aquellas melodías que escuchábamos sean más maravillosas. Fue su sonrisa y su presencia llena de vida la que ayudó a Bruce y a la banda a sacarnos en cada show esa alegría oculta que tenemos todos en nuestros corazones.
Me vienen a la mente muchísimos recuerdos, muchas situaciones en donde el sonido de aquel saxo proyectó lo mejor de mí, acompañado muchas etapas de mi vida. Así, mis primeros sueños con aquél final de Dancing in the Dark, el potente solo en I´m Going Down, o bien la incandescente Sherry Darling. Sus gloriosos aportes en la pletórica The Promise Land, la chispeante Rosalita, o en la ya legendaria Born to Run, se conectaron a mi energía para encarar la vida. Por supuesto, el solo de Jungleland, junto con la sanguínea intervención en Drive all Night, para catapultar mi ensueño para siempre.
Ya en mi madurez, mientras siento como si una suave y cálida lluvia cayera acompañada de esa brisa apoteótica que Clarence nos regaló en If I Shoul Fall Behind –en la versión que canta toda la “E” Street-, con la mezcla de ese final apaciguante en Secret Garden, y el trepidante zigzagueo que armonizó con la harmónica de Bruce en la candente hermandad que inspira Blood Brothers, tengo la seguridad de que toda esta felicidad desparramada en suspiros de saxofón, quedará guardada en mi corazón y en el de todos los fans que comparten este sentimiento, en alforjas de oro y plata. Tengo la certeza de que ese sonido nos seguirá abrazando por todo el camino de la vida, y nos descubrirá bailando, como espíritus en la noche. Gracias “Big Man” por tantas alegrías!!!, ya nos encontraremos en ese tren lleno de esperanza y sueños.
JUAN MARTÍN NOGUEIRA